Agustín de Hipona o San Agustín (en latín Aurelius Augustinus Hipponensis; Tagaste, 13 de noviembre de 354 – Hippo Regius, 28 de agosto de 430) es, junto con Jerónimo de Estridón, Gregorio Magno y Ambrosio de Milán, uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina.
Nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de “mujer cristiana”, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo “el hijo de las lágrimas de su madre”.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía. Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo: Adeodato. En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente la abandonó después de hablar con el obispo maniqueo Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre quiso acompañarle, pero Agustín la engañó y la dejó en tierra (cf. Confesiones 5,8,15). En Roma enferma de gravedad. Tras restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado “magister rhetoricae” en Mediolanum (la actual Milán).
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Allí mismo en Cartago se destacó por su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones.
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para estar con su hijo, y que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe.
Por último san Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia. Según cuenta el mismo Agustín, la crisis decisiva previa a la conversión, se dio estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma, lee y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje Rom 13, 13ss. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda.
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la comarca. En 391 viajó a Hipona para buscar a un posible candidato a la vida monástica, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio. Aceptó, tras resistir, esta elección, si bien con lágrimas en sus ojos. Algo parecido sucedió cuando se le consagró como obispo en el 395. Entonces abandonó el monasterio de laicos y se instaló en la casa episcopal, que transformó en un monasterio de clérigos.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d’Oro, donde reposa hoy.
La historia del encuentro con un niño junto al mar Una tradición medieval, que recoge la historia inicialmente narrada sobre un teólogo que más tarde fue identificado como San Agustín, cuenta la siguiente anécdota:4 Cierto día, San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto, al alzar la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El niño hace esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: “¿Qué haces?” Y el niño le responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo”.
Y San Agustín dice: “¡Pero, eso es imposible!”. Y el niño responde: “Más imposible es tratar de hacer lo que tú estás haciendo: Tratar de comprender con tu pequeña mente el misterio de Dios”. La historia es usada en muchos lugares como verdadera; sin embargo, se trataría de una invención sin fundamento real, pero que se inspira al menos en la actitud de Agustín como estudioso del misterio de Dios.
La obra capital de Agustín de Hipona está constituida por trece libros en los que nos narra su vida, formación y su evolución interior; también habla de la psicología, de la filosofía, de su concepto de Dios y de su visión del mundo. Constituye, asimismo, un reconocimiento de la grandeza y bondad de Dios.
Está dividida en dos grandes partes:
Comenzó la obra tras la muerte de san Ambrosio, el 4 de abril del 397, y la terminó en el año 400. Su estilo es uniforme, y los acontecimientos son analizados con la perspectiva de haber transcurrido doce o catorce años desde que sucedieran. Por ello, si se comparan con los diálogos escritos en Casiciaco, se constatan algunas discrepancias, debidas a una valoración distinta de muchas aspectos; son las reflexiones del obispo, que ve la vida de un modo distinto.
Se trata de un escrito en el que Agustín pasa revista a sus obras (no a todas) para indicar cómo fueron elaboradas, y para señalar algunos puntos que, con el pasar de los años, consideraría no adecuados o necesitados de corrección (es decir, que deberían ser tratados de nuevo, con cambios en los contenidos).
Escritos en Casiciaco, Milán, Roma y en su etapa joven. En ellos trata de la certeza, la felicidad, el orden, la inmortalidad, la grandeza del alma, la existencia de Dios, la libertad del hombre, la razón del mal y el maestro interior.
Es una vasta enciclopedia con el fin de mostrar cómo se puede y se debe ascender a Dios a partir de las cosas materiales. No está acabada. Otros: De beata vita liber I, De ordine libri II, Soliloquiorum libri II, De immortalitate animae liber I, De quantitatae animae liber I, De libero arbitrio libri III, De musica libri VI, De magistro liber I…
En estos defiende la fe contra los paganos o contra los racionalistas: De vera religione liber I, escrito en el 390. La verdadera religión es la que posee la Iglesia católica, el verdadero Dios es la Trinidad. En esta obra se encuentran muchas de las ideas de la Ciudad de Dios. La ciudad de Dios (De civitate Dei libri XXII).
Es una de las obras maestras de Agustín; en ella nos ofrece una síntesis de su pensamiento filosófico, teológico y político. Fue escrita desde el 413 al 426 y la publicó en varias partes, aunque trabaja con un plan unitario.
El motivo por el cual escribió esta obra fue las críticas que los paganos hacían contra el cristianismo: Roma había caído bajo los visigodos (410), la Ciudad Eterna se había hecho añicos… De este cataclismo mundial fue culpado el cristianismo, sobre todo por los romanos cultos y ricos que huyeron al norte de África debido a la caída de Roma.
Está dividida en dos partes: en la primera combate al paganismo (l. 1-10) y en la segunda defiende la doctrina cristiana (l. 11-22).
Los cinco primeros libros refutan a aquellos que piensan que el servicio de los muchos dioses venerados por los paganos es necesario para que la situación humana sea próspera, y a los que afirman que la actual desgracia terrible es la consecuencia de haber impedido ese servicio. Los cinco libros siguientes van contra aquellos que admiten que desgracias similares han golpeado desde siempre a los mortales y los azotarán en el futuro, pero aseguran que el culto sacrificial a los muchos dioses es recomendable debido a la vida futura después de la muerte.
Los cuatro primeros libros tratan del origen de ambos Estados, el Estado de Dios y el Estado de este mundo; los cuatro siguientes se ocupan del curso favorable o desfavorable de ellos; y los cuatro últimos, de su resultado debido.
La tesis central de la obra es la divina providencia, que guía la humanidad, dividida en dos ciudades, nacidas de dos amores, el amor de sí y el amor de Dios. En ella afronta el problema de los orígenes de la historia, de la presencia del mal, de la lucha entre el bien y el mal, de la victoria del bien y de su eterno destino. Fue una obra muy leída y ejerció una gran influencia en los siglos siguientes.
De fide rerum quae non videntur liber I, De utilitate credendi liber I, De divinatione daemonum liber I, Quaestiones expositae contra paganos VI…
Enchiridion, ad Laurentium o De fide, spe et caritate liber I Escrito hacia 421, es un manual de teología según el esquema de las tres virtudes teologales. Contiene una explicación del Símbolo de la Fe, de la Oración del Padre nuestro y de los Preceptos Morales de la Santa Iglesia.
Es una de sus obras maestras y su principal obra dogmática. Desde el 399 al 412 escribió doce libros, pero no estando satisfecho con los resultados aplazó su publicación. Algunos de sus amigos, ansiosos por el impase, hicieron unas copias del manuscrito sin su autorización y lo pusieron en circulación, lo cual causó gran enojo en San Agustín. En el año 420 añadió los otros tres que faltaban y revisó toda la obra.
Esta obra está dividida en cinco grandes partes: Teología bíblica de la Trinidad (I-IV), Teología especulativa y defensa del dogma (V-VII), Introducción al conocimiento místico de Dios (VIII), Búsqueda de la imagen de la Trinidad en el hombre (IX-XIV), Compendio y complemento del tratado (XV).
En La Trinidad Agustín desarrolla la doctrina de las relaciones: las tres personas divinas son El Ser mismo, eterno, inmutable, consustancial, pero se distinguen por sus relaciones; la explicación psicológica; la doctrina sobre las propiedades personales de El Espíritu Santo, que procede como amor; la vida de la gracia; y sobre cómo el hombre siendo imagen de Dios es imagen de La Santísima Trinidad.
De fide et símbolo liber I, De diversis quaestionibus octoginta tribus liber I, De diversis quaestionibus ad Simplicianum libri II, Ad inquisitionem lanuarii libri II, De fide et operibus liber I, De videndo Deo liber I, De praesentia Dei liber I, De cura pro mortuis gerenda liber I, De octo Dulcitii quaestionibus liber I…
Polémicos: Escribe contra los maniqueos, los donatistas, los pelagianos, el arrianismo y contra herejías en general. Algunas de sus obras son: De natura boni liber I, Psalmus contra partem Donati, De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvolorum ad Marcellium libri III (de 412, primera teología bíblica de la redención, del pecado original y de la necesidad del bautismo), De gratia et libero arbitrio liber I (de 426, en el que demuestra la necesidad de la gracia de la existencia del libre albedrío), De haeresibus…
Tratados: Están distribuidos en tres secciones: comentarios en San Juan, exposiciones sobre los salmos y sermones.
Con el primero hace una invitación al sujeto para que se vuelva a sí mismo, pero no para pararse en el sujeto, sino para que se dé cuenta de que en él hay algo más que lo trasciende. La mente humana está en relación con las realidades inteligibles e inmutables. Con este principio demuestra la existencia de Dios, prueba la espiritualidad del alma y su inmortalidad y además da una explicación psicológica de la Trinidad.
El segundo principio podemos enunciarlo así: todo bien o es bien por su misma naturaleza y esencia, o es bien por participación; en el primer caso es el bien sumo, en el segundo caso es un bien limitado. Esta participación puede ser: la participación del ser, de la verdad y del amor.
En cuanto a la inmutabilidad, el ser verdadero, genuino y auténtico es sólo el ser inmutable. No existe de alguna forma o en cierta medida, sino que es el Ser. Este principio vale para distinguir al ser por esencia del ser por participación.
La filosofía agustiniana se centra en dos temas esenciales: Dios y el hombre.
La tesis fundamental que ayuda a entender el misterio del hombre es su creación a imagen de Dios, que es propia del hombre interior, de la mente. Pero ha sido deformada por el pecado y será la gracia la encargada de restaurarla. El hombre sólo adhiriéndose al ser inmutable puede alcanzar su felicidad. En este encuentro de Dios y el hombre, Agustín examina la delicada cuestión de la gracia y la libertad.
Agustín defendió la libertad contra los maniqueos y la existencia de una sola alma y una sola voluntad: era yo mismo quien quería, yo quien no quería; yo era yo. Por último, también exploró el tema de las pasiones, reduciéndolas a la raíz común del amor. En las pasiones advierte tres posibilidades: ausencia de pasiones, orden en las pasiones y desorden o concupiscencia, la cual le hace llegar a una guerra civil.
A los grandes problemas del ser, conocer y amar, le da tres soluciones, que son la creación, la iluminación y la sabiduría o felicidad.
San Agustín diferencia las cosas que deben ser amadas por sí mismas, como un fin al que llegar y del que gozar y las cosas que son medios para el fin y de las que solamente debemos servirnos. Si nos quedamos en los medios nunca llegaremos a poseer la verdadera felicidad. La historia será así el contraste dramático entre dos amores: de sí y de Dios. Dependiendo del amor que elijamos llegaremos a ser felices o no.
El tiempo es creación de Dios, antes de crear el cielo y la tierra no había tiempo. Este implica un pasado, un futuro y un presente. Pero el pasado ya no existe y el futuro aún no es. En cuanto al presente es un continuado dejar de ser, un continuo tender hacia el no ser. Agustín acabará concluyendo que el tiempo existe en el espíritu del hombre, porque es donde se mantienen presentes el pasado, el presente y el futuro. Por ello los tiempos son tres: El presente del pasado (al cual Agustín llama recuerdo), el presente del futuro (al cual él llama expectativa) y el presente del presente. No reside en el movimiento sino en el alma.
Estos son los principios en que san Agustín se ha inspirado para hacer progresar la ciencia teológica: adhesión plena a la autoridad de la fe, deseo ardiente de alcanzar la inteligencia de la fe, firme persuasión de la originalidad de la doctrina cristiana, sentido profundo del misterio, subordinación constante de la teología a la caridad y atención a la precisión del lenguaje.
Comienza con la profesión de fe, expone las dificultades e interroga a las Escrituras para responder a aquellas. Estudia la unidad y propiedades de las tres personas divinas, las procesiones y misiones, las operaciones hacia fuera de la Trinidad (que son comunes a las tres personas divinas), propone la doctrina de las relaciones y recurriendo a la imagen de la Trinidad en el hombre, encaminando a éste al amor y a la contemplación de la Trinidad.
Nos explica la igualdad (misma naturaleza) y distinción (distintas relaciones) de las personas divinas y la simplicidad de Dios, por la cual las personas se identifican con la naturaleza divina.
También son suyas la teología del Espíritu Santo y la explicación psicológica de la Trinidad:
Gran claridad en la formulación: una persona en dos naturalezas. Defiende la doctrina contra todas las herejías y presenta a Cristo como ejemplo diáfano de la gratuidad de la gracia.
Expresa la unidad de la persona y dualidad de las naturalezas en Cristo de la siguiente manera: Aquel que es Dios es también hombre, y aquel que es hombre es también Dios; no por la confusión de las naturalezas, sino por la unidad de la persona. Esta unión es admirable y la mejor analogía es la unión que se produce en el hombre, la del cuerpo y del alma en la unidad de la persona.
En virtud de la comunicación de idiomas Agustín defiende que Dios ha nacido, que Dios ha sido crucificado, que Dios ha muerto.
Por último Agustín aclara que la naturaleza humana fue asumida a la unión personal con el Verbo en el mismo instante en que fue creada.
Para defender la Iglesia contra los pelagianos y paganos profundizó en la soteriología y la gracia desarrollando los siguientes puntos:
La doctrina católica discurre entre los opuestos errores de los maniqueos y de los pelagianos. Defendió la existencia del pecado original, la bondad de las cosas, la remisión total y perfecta de los pecados en el bautismo, se opuso a la tesis pelagiana de impecancia, enseñó la necesidad de la gracia y la libre cooperación del hombre.
A continuación se tratarán las doctrinas del pecado original, la justificación, la gracia y la predestinación.
Respecto a sus ideas sobre la sexualidad humana, se acusa a Agustín frecuentemente de pesimismo. Un ensayo de Burke, publicado en 20105 señala más bien que Agustín sería realista, por seguir una vía media, entre dos extremos. Por una parte, estarían los maniqueos, con su pesimismo radical en cuanto al matrimonio. Agustín rebatió sus ideas en los primeros años de su vida cristiana, sobre todo en el De bono coniugali donde formuló su famosa doctrina de los tres bona matrimoniales. Para San Agustín el matrimonio estaría justificado por tres funciones: proles, fides y sacramentum, que él llama “los tres bienes”.
Proles: para traer hijos al mundo.
Fides: por la fidelidad que debe unir a los esposos entre sí y apartarlos de concupiscencias externas.
Sacramentum: por el sacramento divino que hace el matrimonio indisoluble.
Por otra parte (en un periodo más tardío de su vida), los pelagianos, que pregonaban lo que Agustín consideraba un excesivo optimismo, al negar en la práctica los efectos que provienen de la concupiscencia carnal. En el contexto de sus respuestas a los pelagianos Agustín escribió su De nuptiis et concupiscentia. Su doctrina legitimará, en el cristianismo, el matrimonio y las relaciones sexuales en la pareja. Sostenía que el matrimonio era una “medicina para la inmoralidad”. El acto sexual seguirá siendo un pecado, pero tolerable, mientras se mantenga dentro de los límites del matrimonio y con el objeto de engendrar. El coito estaría autorizado exclusivamente para la creación de un ser nuevo. En De genesi ad litteram escribe que para vivir y dialogar es más armoniosa la convivencia entre varones que con una mujer. Por eso no ve con qué objeto la mujer habría sido concebida para servir de ayuda al hombre si no fuera para parir. El sexo, fuera de la unión matrimonial era para él una falta capital. La justificación de San Agustín del matrimonio y del acto amoroso solamente por y para la procreación es la que adoptará, de ahí en más, la Iglesia.
La Iglesia es uno de los temas centrales de San Agustín. La estudió como hecho histórico, los motivos de su credibilidad y como comunión y cuerpo místico de Cristo. Cuando habla de ella se puede referir a la comunidad de fieles, a la comunidad de los justos, o a la comunidad de los predestinados.Defiende su unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad. Asegura que el bautismo es válido también fuera de la Iglesia aunque aproveche sólo en ella. La Iglesia se extiende más allá de sus confines institucionales y tiende hacia la eternidad. Es, aunque no exclusivamente, escatológica, pues sólo entonces los pecadores serán separados de los justos. Soluciona el problema de la presencia de los pecadores en la Iglesia diciendo que es un cuerpo mixto y que los pecadores no contaminan las virtudes de los buenos, por eso sigue santa aún a pesar de aquellos. Los pecadores forman parte de la Iglesia sólo en apariencia, los justos poseen realmente la justicia, son hijos de Dios. El núcleo central de la eclesiología es Cristo, que está siempre presente obrando en la Iglesia, el Espíritu Santo es el alma del cuerpo místico y por ello el principio de comunión. La Iglesia es también ahora reino de Cristo.
Se opuso a la concepción platónica de la historia, defendió la resurrección de los cuerpos, cuerpos de verdad pero incorruptibles. Esclareció la eternidad de las penas. No admitió la apocatástasis de Orígenes. Insistió en la dimensión social y cristológica para explicar la felicidad del cielo. El cielo es la “insaciable saciedad”. Antes de la resurrección no poseemos y esta felicidad plenamente, sino sólo una “consolación de la tardanza”. Por último, admitió la existencia del purgatorio.
La espiritualidad agustiniana se orienta al culto y amor de la Trinidad, tiene por centro a Cristo, se da dentro de la vida de la Iglesia, su tarea es la restauración de la imagen de Dios en el hombre y se nutre de la sabiduría de las Escrituras. Sus líneas esenciales son:
San Agustín tiene gran importancia en la historia de la cultura europea. Sus Confesiones suponen un modelo de biografía interior para muchos autores, que van a considerar la introspección como elemento importante en la literatura. Concretamente, Petrarca va a ser un gran lector de San Agustín: su descripción de los estados amorosos enlaza con ese interés por el mundo interior que encuentra en San Agustín. Descartes descubre la autoconciencia, que señala el inicio de la filosofía moderna, copiando su principio fundamental (cogito ergo sum/pienso luego existo) no literalmente pero sí en cuanto al sentido, de san Agustín (si enim fallor, sum/si me equivoco, existo: De civ. Dei 11, 26). Por otro lado, San Agustín va a ser un puente importante entre la Antigüedad y la cultura cristiana. El especial aprecio que tiene por Virgilio y Platón va a marcar fuertemente los siglos posteriores. Así, se puede decir que la Edad Media, hasta el siglo XIII y el redescubrimiento de Aristóteles, va a ser platónica. El especial aprecio por Virgilio se va a manifestar, por ejemplo, en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
Agustín y la Biblia con respecto a la ciencia, un mérito de san Agustín es haber visto correctamente la inerrancia y la autoridad de la Escritura. Ésta se refiere únicamente a los temas de fe y de moral y no a los temas científicos. Ya en los siglos IV-V san Agustín vio con claridad que la Biblia no tiene ninguna autoridad en temas científicos: “El Espíritu de Dios que hablaba por medio de los autores sagrados, no quiso enseñar a los hombres estas cosas (de astronomía) que no reportan utilidad alguna para la vida eterna” (De g. ad lit. 2, 9, 20; cf. también De act. c. Fel.1. 10; De g. ad lit. 1, 19, 39).
Es patrón de las localidades en España de Avilés (Principado de Asturias), Erandio (Vizcaya), Fernán Caballero (Ciudad Real), Ojos (Murcia), Linares (Jaén) Tordómar (Burgos) y Cúllar (Granada).
San Agustín era de ascendencia bereber y el santo más grande de la Iglesia bereber de Argelia.